"Linares era muy extraña. Allí las clases de la sociedad no se confundían. A un lado los indígenas, clase media, pueblo y escasa aristocracia; a otro, la rica colonia inglesa, en su lujoso barrio, con su pastor protestante, su capilla, su casino, sin mezclarse en la vida de los otros. Separadas de una y otra, la población minera, el rebaño trabajador, dividido también en diversas categorías.".
"Le parecía imposible que los hombres aceptasen semejante servidumbre; viéndolos así, nació en su alma el sentimiento de la rebeldía contra la injusticia, contra la estupidez de los humanos, que en vez de coger los frutos brindados óptimamente a sus necesidades en toda la superficie de la tierra, se agrupan en ciudades, se esclavizan, y mientras los frutos maduros se pudren al sol en las selvas vírgenes, arañan las rocas para sacar un miserable sustento. Sin duda, la idea del anarquismo nació en la mente de un minero"
"Los tarantos, que trabajaban la temporada de invierno en las minas de Linares en vez de emigrar al África, v pasan sin cambiar de ropa más que una sola vez desde la varada de Noche Buena a la de San Juan. Venían con su petatillo al hombro, con la muda limpia, y salían con la muda sucia para sus casas, cubierto el cuerpo de una corteza de tierra y sudor".
"En Linares se llama tarantos a los mineros de las provincias de Almería y Granada. Se cree que el origen de la frase es por elipsis de estarantos, a causa de la unión fraternal que reina entre ellos, y que les hace acudir unos a otros en los momentos de peligro".
Carmen de Burgos i Seguí (Almería, 10 de diciembre de 1867 – Madrid, 9 de octubre de 1932) periodista, escritora, traductora y activista por los derechos de la mujer, también conocida como Colombine. Perteneció a la generación del 98, se la considera la primera periodista profesional, cubrió la Guerra de África en Marruecos, como una de las primeras mujeres corresponsales de guerra.
Maltratada por los críticos y escritores que parecían recelar de su libertad destaca entre sus novelas “Puñal de claveles”, escrita al final de su vida y basada en el suceso conocido como el crimen de Níjar, que tuvo lugar en 1928 en el Cortijo del Fraile, y que fue una de las inspiraciones con que contó Federico García Lorca para sus “Bodas de Sangre”.
Su otra pasión fue el flamenco, escribió letras por soleares, fandangos, tarantas que aparecen en su primer libro, “Ensayos Literarios”.
Como el sol de Andalucía
no hay otro sol en el mundo
Como el amor que te tengo
tampoco hallarás ninguno.
Soñé que me había muerto
y a mi tumba te acercaste
y entonces resucité
tan sólo por abrazarte.
Nunca conocía los celos
hasta que tú me los das
y quisiera que me dieras
mejor veinte puñalás.
Es la flor de mi cariño
una flor tan delicada
que se marchita y se seca
cuando dejan de cuidarla.
Una de sus favoritas:
CONFESIONES DE ARTISTAS
TOMO II
LA NIÑA DE LOS PEINES
Así como la belleza japonesa, hasta con su Venus de ojos oblicuos, chata y de pómulos salientes, hay otra belleza frente a la belleza evidente. La Niña de los Peines es muy morena, chata, de boca grande y de ojos rasgados. Es de una juventud desgarrada, profundizada, por los ardores de su canto. Le dan una gran seriedad esas cejas suyas, reflexivas sobre sus cuatro ideas de pasión. En el tablado, sentada en su silla como una reina dominadora, dejando que la guitarra se entone para entrar en el cantar, La Niña de los Peines se eleva sobre sí misma; los golpecitos del pie con que acompaña a la guitarra son elocuentes e imperiosos.
"Tin-tipitín-tipitín."
Mira hondamente a la sala, mira cómo se mira al vacío cuando se está loco de pena o de amor, cuando se piensa en otra cosa, en una cosa gravísima que turba el corazón. Son largos los solos de esa guitarra que la acompaña. Ella, llena de importancia, sé deja esperar mucho, mucho, y al fin dice la primera queja de su cantar. Es un alarido, primero desgarrado, muy desgarrado, casi ritmo, pero al que salva una cadencia profunda con que ella lo ordena y lo armoniza de un modo inimitable. Así se ve que el grito salvaje, desacertado y sincero, era necesario a la belleza del cantar para darle unas entrañas vivas y conmovedoras.
Esto es lo maravilloso, de este flamenco que canta La Niña de los Peines del verdadero flamenco que es
la prosa, el grito desesperado, bronco, cortado, espontáneo, de una altura inaudita; la salida brusca, la ocurrencia estupenda, convertida en un canto de clavijas apretadas, de medida precisa, de admirable enlace con la música.
Nada más serio que este cante flamenco de La Niña de los Peines y a la vez nada más gracioso cuando ella lo acaba o lo salpica con esos triquitraques de palabras, con esos estribillos arbitrarios y cortados en que se olvida y se burla de su dolor haciéndolo más agudo, en que juega y coquetea con su pena, con el malabarismo admirable de su voz, siempre llena de una sensibilidad sangrienta.
Me será inolvidable cómo he visto a La Niña de los Peines de litúrgica, de erguida, pestañeando mucho sus ojos, como esas estrellas que titilean nerviosas algunas noches, su boca abierta, negramente abierta y torcida, para dar toda su voz, respirando ávidamente el mucho aire que necesita su cantar. La Niña de los Peines es frente al canto académico el canto libre, que sorprende con matices desconocidos de la voz, con honduras desconocidas del alma, ecos misteriosos y combinaciones extrañas de una cadencia áspera a la par que dulce.
Movida por la curiosidad de ver de cerca a esta mujer tan genuina representante del alma andaluza, de ese al a elegíaca, apasionada, consumida en su propia pasión, he ido a ver de cerca a La Niña de los Peines para oírla hablar como la he oído cantar, como si deseara que se completase en mí su figura.
El cuarto de una fonda donde viven dos mujeres, con ese desorden natural de las artistas, una sola gran cama, en la que duermen la madre y la hija, y esa tristeza de los cuartos de fonda, en los que todo es siempre extraño a todos, con una frialdad de asilo, de rincón de café, donde no se es más que transeúnte.
Me recibe la madre, un tipo de gitana, guapa, matronil, de carácter insinuante y entro metido.
Mi hija duerme-me dice-; la pobre está cansada, esta tarde ha dejado de ir a los toros por esperar a usted..., pero como tardaba...
Antes de que se lo impida llega a la cama y llama:
-Pastora; Pastora...
La joven duerme vestida, tapada con la gran manta roja de la cama, y hace un movimiento para levantarse presurosa. Yo la de tengo.
-Hablemos así le digo-; esto nos dará mayor intimidad; me hablará usted como se habla a las amigas que se sientan a la cabe cera del lecho.
Pastora sonríe con una sonrisa algo ingenua, bastante triste, y se recuesta boca abajo, apoyada sobre los brazos, con los cabellos deshechos cayendo sobre el rostro, y con la mirada lejana a todo, que le es habitual.
A todas las preguntas sonríe y calla, no contesta más que con monosílabos; pero en cambio su madre se adelanta y me lo dice todo.
-¿Es usted andaluza?
Me dice que sí con la cabeza mientras sus ojos miran a Andalucía.
-Del propio Sevilla-me contesta la madre y criada en uno de los barrios más castizos hasta los once años, que vinimos a Madrid para ver a una tía suya.
-¿Desde cuándo empezó a cantar?-pregunto deseando que ella me conteste.
-Dende entonces-ataja la madre. Todos me decían: "tiene un tesoro en la garganta"; pero yo decía: "Jesús, María, ¿cantar mi niña?" Pero la necesidad obligó... y ya ve usted... Empezó entonces... en ese viaje, a los once años...
-¿Dónde?
-En el café del Brillante, en la calle de la Montera... después, en todas partes.
-¿Ha estado en el extranjero? Ella dice que sí con la cabeza.
-¡Ya lo creo!--responde la madre. En Santander, París, San Sebastián y Berlín.
He ido a impresionar gramófonos; pero no he trabajado más que en España-dice ella.
Su voz es llena, musical, agradable, y tiene ese gracioso acento andaluz que no se puede representar gráficamente, por como la letra se alarga, se adelgaza y se suaviza entre los labios.
-Siempre estamos de viaje-dice la madre, y gracias a Dios, nunca nos ha pasado nada malo. A América nos da miedo ir, porque al venir de Melilla por poco nos ahogamos, y le tengo miedo al mar.
Cuénteme usted alguna historieta de su vida--le pregunto con la esperanza de hacer le hablar.
-Nada, nada se apresura a decir la madre, Usted querrá saber los artistas que más le gustan. De cantaores, Chacón...; tocaores, Ramón Montoya, Habichuela...
-No es necesario...
-Puede usted decir que es muy buena, muy generosa; podía ser muy rica, y es el amparo de toda la familia: hermanas, tías, primos...; no sabe lo que gana, y es su madre la que lo arregla todo.
Miro con cierta lástima a la pobre criatura, callada y sumisa, tan buena hija, que se anula y se somete en todo a su madre.
-¿Qué cantos le gustan más?
-Las coplas que ella arregla e improvisa.
-Dígame algunas.
-Allá van.
De tango:
“Diez céntimos le di a un pobre
y me bendijo mi madre;
¡ qué limosna tan chiquita
pa recompensa tan grande!”
De malagueña:
“Los pícaros tartaneros
un lunes por la mañana,
los pícaros tartaneros”