"En el cante jondo, lo que hay que buscar siempre, hasta encontrarlo, es el tronco negro del Faraón".
“El hombre con mayor cultura en la sangre", Lorca.
En el mundo del Arte, no hay nada más natural que cantar. Sus respiraciones, cómo frasean, cómo acentúan o cómo entonan una melodía han marcado la evolución de toda música, sobre todo, de las cultas. De los cantes populares han hecho grandes tratados para nutrir sus salones, teatros o discográficas, mediante estudiosos peganotas, que nunca han influido en el cante de pueblo, pero desde su ignorancia económica y espontaneidad, lo hace evolucionar. Siempre les faltará uno de los componentes de los que Manuel Torre iba sobrado, ese tirón emotivo sin el cual el arte se queda como vacío y sin sustancia.
"Tó lo que tiene soníos negros tiene duende."
Manuel Soto Loreto, Jerez, 1878-Sevilla, 1933
Aficionado a los galgos, a los gallos de pelea y a los relojes, por cualquiera de estas se podía olvidar de sus compromisos para cantar y hacer que su borrico tomase otra vereda.
El flamenco, como todo arte, es una cadena en la que de pronto surge un artista destacado, que crea un estilo personal, marcando un camino propio. Manuel Torre es un eslabón muy importante en esa cadena que es la evolución del flamenco.
Así hablaron de Manuel Torre sus compañeros del momento:
"El cante bueno duele, no alegra, sino duele. Yo no he oído, que me duela a mí fuerte, a nadie en el mundo más. Manuel hacía unas cosas, Manuel Torre hacía unas cosas que no tienen explicación. Todo lo que diga la gente es mentira. Hacía una cosa tan propia, que no se parecía a nada ni a nadie. Manuel barajaba cuatro o cinco cantes por soleares, ina más!, cuatro o cinco cantes, ¡chiquillo, pero los decía de una manera que te volvías loco! Lo oías una vez y no se te quitaba de la cabeza. Un eco, un ¡ay! tan raro, una cosa, no se parecía a nadie... Un sonido, un sonido...", Juan Talega
"Torre era un cantador de leyenda, y eso que la leyenda no favorece nada a los artistas del cante y del baile. Desde hace 40 años a la fecha, el mejor cantador fue Chacón, pero el que más gañafones le tiraba al alma a uno era Manuel Torre", Fernando de Triana
"Se te metía el sonio suyo en el oído y ya no lo perdías en tres semanas", Pericón de Cádiz.
“Su cante llegaba al alma, y puede decirse que hacía cosas con el cante que ni él mismo se daba cuenta. Era ver torear a Rafael el Gallo esas tardes que le eran propicias. A Manuel Torre había que decirle, cuando estaba bien, que dejara de cantar un momento, porque la emoción llegaba al máximo", Aurelio Sellés
"Manuel no pudo dar una, no estaba el hombre en condiciones. Y ya a las claras del día, cuando nos íbamos, salimos allí a la terraza a tomar café, nos sentamos, y le dice Manuel al guitarrista: 'Oye, coge la bajañí, que voy a cantar dos veces ahora que me ha cogío bien.
Puso el pie encima de uno de los veladores aquellos, el otro tocándole, y cantó tres coplas por seguiriyas que el suelo temblaba. Yo no he visto otra cosa igual. Lo tengo metío en la cabeza y no se me olvía, no se me pué olvidar", Pepe el de la Matrona
Manuel Torre, era más amante del Duende que de cantar:
"A quién le puede gustar cantar, si eso es echar la asauras por la boca".
Nunca le gusto hacerlo en ni en cafés ni teatros, menos en las reuniones de señores que no eran de su agrado. En cambio era capaz de atravesar la campiña sevillana en su burro, para llegar a las juergas de los gitanos de Jerez, Utrera, Lebrija o Alcalá. Tras varios días emprendía el regreso, al llegar a casa, como si sólo se hubiese ausentado un momento, le cantaba a sus hijos la nana, con todas las vecinas asomadas al patio para pegar la oreja.
“Estando Manuel en el balcón de la casa de Don Eduardo Miura una mañana de Viernes Santo, al aparecer en la calle la Sentencia empezó a cantar Manuel con su voz densa y nasal una saeta, con tal enjundia que cuando acabó, la multitud congregada en la plaza de la Encarnación no sabiendo cómo expresar sus emociones y no pudiendo aplaudir ni vitorear, empezó a agitar pañuelos blancos en emotivo y silencioso homenaje al cantaor.
Un gitano que le acompañaba, le dijo a Manuel señalándole a Eduardo Miura:
“Fíjate, primo, con la “malage” que gasta criando toros y ahí lo tienes que lo has hecho llorar” cuenta su hijo Tomás y lo transcribe Manuel Barrios.
Por esta desgana en ocasiones cantó mal, pero cuando le cogía inspirado, en su duende, era capaz de mover al pueblo, provocando huelgas o meciendo los pasos en Semana Santa.
Cuentan que el capataz de los costaleros dio orden de seguir marchando en el momento en que Manuel Torre comenzaba a cantar una saeta. Los costaleros, obedeciendo el mandato, alzaron sobre sus hombros el paso, pero no avanzaron, limitándose a moverlo rítmicamente hasta que cantó lo que quiso.
“La otra perdición de Manuel fueron las mujeres. Con una de ellas amaneció una vez en una venta cerca de Triana. El ventero no se alegró mucho cuando, justo al alba, vio entrar a un gitano negro de dos metros agarrado de la mano de una mujer, mucho más joven que él y bebida. Torre se dirigió amablemente al hombre para pedirle que le fiase una botella de aguardiente o de fino. El ventero se negó. Muy despacio, con convicción, Torre le explicó que si le fiaba la botella, iba ganar mucho más de lo que costaba el poquito de licor que él necesitaba para invitar a esta señorita. Era una promesa muy vacía, y el camarero iba sirviendo a los obreros que desayunaban allí antes de currar en Triana o la Cartuja. Manuel Torre seguía solicitando la botella con la misma promesa millonaria. Por no escucharlo más, el ventero le plantó la botella en una mesita algo apartada. Manuel apuró el primer vaso de un trago y cantó un fandango. Algunos obreros preguntaron al dueño quién era aquel. Manuel cantó otra copla y algunos intentaron invitarlo, pero él se negó. A medida que iba cantando por soleá, con su amante ya dormida sobre la mesa, los trabajadores pedían copas de fino, palometas de anís: nadie quería irse. Cuando el local estaba a rebosar, el Torre se arrancó por seguiriyas, y así estuvo hasta mediodía, cuando los obreros ya almorzaban tapas de queso. El ventero no le cobró la botella, y al día siguiente los periódicos hablaban de una huelga sorpresa de los obreros de Triana”,
Manuel Barrios.
La intelectualidad de la época no le perdía la pista.
Rafael Alberti cuenta que una noche, en una reunión, expresó:
“Después de unas cuantas rondas de manzanilla, el gitano comenzó a cantar, sobrecogiéndonos a todos, agarrándonos por la garganta con su voz, sus gestos y las palabras de sus coplas. Manuel Torre no sabía leer ni escribir., solo cantar. Pero, eso sí, su conciencia de cantaor era perfecta. Aquella misma noche, y con seguridad y sabiduría semejantes a las que un Góngora o un Mallarmé hubieran demostrado al hablar de su estética, nos confesó a su modo que no se dejaba ir por la corriente, lo demasiado cómodo, lo trillado por todos, resumiendo al fin su pensamiento con estas magistrales palabras:
"En el cante jondo –dijo Manuel Torre, con las manos duras, de madera, sobres las rodillas- lo que hay que buscar siempre, hasta encontrarlo, es el tronco negro del Faraón “¡El tronco negro del Faraón! Como era natural, de todos los allí presentes fue Federico (Lorca) el que más celebró, jaleándola hasta el frenesí, la inquietante expresión empleada por el cantaor jerezano”.
Y, otra noche, oyendo a Falla tocar al piano un pasaje de las Noches de los jardines de España, cuando le preguntaron su opinión sobre lo que oía, sentenció: " Tó lo que tiene soníos negros tiene duende... ".
Participó en el Concurso de Cante de 1922 organizado en la Plaza de los Aljibes de Granada por Manuel de Falla, García Lorca, Zuloaga y un amplio plantel de intelectuales de la época. A raíz del certamen registró por primera vez la seguiriya (Siempre por los rincones y Quedito los golpes) por expreso deseo de Falla.
Y García Lorca le dedicó los poemas de las Viñetas flamencas incluidas en el libro Poema del cante jondo, compuesto durante la celebración del Concurso, pero publicado en 1931: “A Manuel Torre, Niño de Jerez, que tiene tronco de Faraón”.
Muere en 1933 en su casa de Sevilla a causa de una tuberculosis.
En una lectura de la conferencia sobre cante jondo en Buenos Aires, poco después de su fallecimiento, Federico le hizo la siguiente dedicatoria:
“Manuel: Aquí en la amada Argentina, presento tu voz, recogida en la dramática luna negra de este gramófono. Quiero que la escuches en el inmenso silencio que ahora te rodea: escucha este tumulto de dalias y besos que coloco a tus pies, como rey del cante jondo”.